La teoría del color y su influencia en el impresionismo
En la segunda mitad del siglo XIX surgió en París el movimiento impresionista, un estilo pictórico que obsesionó a sus autores en la búsqueda de colores con los que crear efectos de luz en sus obras.
“El color es mi obsesión diaria, mi alegría y mi tormento”. Así describía el pintor francés Claude Monet, una de las figuras claves del impresionismo, la importancia que tenía para él dar con el tono adecuado para plasmar su visión de la realidad en sus lienzos inmortales. Los cuadros son la ventana a la historia de la humanidad a través de sus épocas más significativas. El tipo de trazo de las imágenes e incluso el color de las mismas reflejan el estado de ánimo de los autores de cada época, así como su visión del mundo.
En la segunda mitad del siglo XIX surgió en Francia un movimiento que tuvo su punto de partida a través del cuadro “Impresión, sol naciente” de Monet. Un crítico de arte utilizó el término “impresionista” para tratar de describir de una forma despectiva la obra del autor. Sin embargo, el grupo de pintores que formaban el denominado “Salón de artistas independientes de París”, en el que se encontraban, entre otros, Paul Cézzane, Camille Pisarro o Pierre-Auguste Renoir adoptaron esa terminología para desarrollar un movimiento artístico completamente nuevo en el que uso del color supone el epicentro del desarrollo de la obra.
A partir de ese momento, los impresionistas trabajaron a partir de la denominada teoría de los colores y de los trabajos y estudios realizados por el pintor y litógrafo francés Eugene Delacroix, que falleció pocos años antes del nacimiento del impresionismo y sirvió de inspiración para los jóvenes artistas que comenzaban a despuntar en las galerías de arte parisinas.
La importancia de la teoría de los colores en el impresionismo
Delacroix experimentó para crear efectos realistas de luz en sus composiciones artísticas. En su trabajo trató de alejarse del uso más clásico de los tonos oscuros para realizar sus obras. Por ello, el autor francés y sus discípulos impresionistas decidieron utilizar colores puros, sin ningún tipo de mezcla, donde especialmente destacaba el uso de los “colores primarios”, es decir, el rojo, el verde y el azul. Estos artistas elaboraron sus obras en base a las composiciones de la rueda de color o círculo cromático, donde se representan los principales tonos de color y sus derivados. La clave de los cuadros que surgieron durante este movimiento decimonónico es que carecían del uso del color negro.
Los impresionistas lucharon para encontrar una luminosidad perfecta con la que ilustrar sus cuadros. Los estudios de Monet en este ámbito fueron esenciales para definir la importancia del color en las obras de este movimiento. El francés estableció una jerarquía cromática entre los diferentes colores que utilizaba para aplicarla en sus cuadros. Por ejemplo, utilizaba el rojo para captar la atención del individuo, al tiempo que completaba la obra con tonos más fríos (azules y verdes) y un cierto toque más cálido a través de naranjas o amarillos. En las obras de Monet, el centro de la imagen siempre estará pintado con tonos rojizos rodeados de otro tipo de colores menos llamativos.
El uso de la teoría del color en la pintura para captar el mundo exterior
Los pintores impresionistas decidieron aplicar la teoría del color en la pintura para centrar sus obras en el mundo exterior. Estos autores decidieron captar la vida cotidiana al aire libre y aquellos paisajes que les habían sorprendido por su delicada belleza y su luz. En ese aspecto, lograr reflejar a la perfección la luminosidad de lo que tenían delante obsesionó a autores de renombre que dedicaron su vida y su talento a perfeccionar el juego de luces que la naturaleza les ofrecía.
De esta manera, las sombras juegan un papel destacado en las composiciones pictóricas del movimiento impresionista. Esas regiones de oscuridad pasaron de estar elaboradas con tonos oscuros a ser dibujadas con colores complementarios de los tres principales. Una decisión que además aportaba una sensación de profundidad en el propio cuadro.
El uso de la teoría de los colores generó, por lo tanto, un movimiento alegre que trataba de alejarse de lo lúgubre, con imágenes reconfortantes y cargadas de luz. Renoir, por ejemplo, llegó a afirmar que la auténtica finalidad de un cuadro es estar colgado de una pared, por lo que era importante que los colores utilizados para pintarlo resultaran agradables para la persona que lo contemplaba.
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