21 marzo 2024

La pintura española del siglo XIX

Autor
Daniel Alvarado Santiago y Paula Jurado Amador
Tiempo de lectura
9 min.
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Pintura española en el siglo XIX

El siglo XIX se distingue como uno de los períodos más tumultuosos de nuestra historia, caracterizado por una serie de revoluciones y cambios radicales tanto en el ámbito político como en el social y cultural.

Desde una perspectiva económica, este siglo presenció el desarrollo y la propagación de la Revolución Industrial desde Gran Bretaña al resto del mundo, lo que desencadenó un proceso de transformación sin precedentes. En el ámbito social, se produjo la desintegración de la sociedad estamental y su reemplazo por una estructura basada en clases sociales.

La burguesía emergió como la nueva clase dominante, mientras que el proletariado, surgido como consecuencia de la industrialización incipiente, ocupó un lugar destacado en la estructura social. La Revolución Industrial también provocó un crecimiento vertiginoso de las áreas urbanas. En el ámbito político, se observó el progresivo reemplazo de las monarquías absolutas por sistemas constitucionales, así como el surgimiento de grandes imperios coloniales en África y Asia por parte de las potencias europeas.

A nivel cultural, se evidenció el surgimiento de una cultura de masas, impulsada por avances en la educación, la prensa y las comunicaciones, lo que contribuyó a la creación de un mayor número de identidades colectivas. El contacto con culturas no europeas, tanto a través del colonialismo como por la globalización incipiente, enriqueció y diversificó el panorama cultural de la época, dando lugar a un mayor intercambio cultural.

Todas estas transformaciones afectaron en gran medida a la pintura. Sin embargo, las corrientes pictóricas que se desarrollaron durante este siglo en España no fueron en consonancia con el resto de las tendencias artísticas europeas. La gran inestabilidad política, social y económica que tuvo lugar en España durante el siglo XIX (reinado de Fernando VII, las Regencias, Isabel II, Sexenio democrático y Restauración de Alfonso XII), unido al peso de la tradición artística, hicieron que España incorporase con retraso esos aires de renovación e innovación procedentes de Europa.

La pervivencia del Neoclasicismo durante el primer tercio del siglo XIX

El siglo XIX en España comienza realmente con la Guerra de la Independencia, periodo en que seguía vigente el estilo neoclásico promovido por la monarquía ilustrada de Carlos III y las Academias, aunque en esta época comenzaba a convivir con otras corrientes más novedosas. No obstante, la sencillez, el heroísmo y la grandeza mitológica y simbólica de autores como Francisco Bayeu o Salvador Maella, se mantuvieron como pilares fundamentales para las nuevas generaciones del nuevo siglo, así como la influencia de pintores extranjeros como Anton Raphael Mengs y Giambattista Tiepolo.

No podemos dejar de mencionar en este sentido a una figura trascendental como fue Francisco de Goya. Su obra es un fiel reflejo del espíritu de la época y el convulso periodo histórico en el que vivió, como podemos ver en las obras El dos y el tres de mayo de 1808 en Madrid o la serie de estampas de Los desastres de la Guerra, donde logró plasmar los horrores derivados de la contienda con gran dramatismo.

A la gran figura de Goya y la órbita de discípulos y colaboradores que siguieron su estilo, entre los que sobresalen nombres como los de Agustín Esteve, Asensio Julià o José Ribelles, siguieron una serie de pintores de mediana calidad que trabajaron durante el reinado de Fernando VII. No obstante, destacaron figuras como la de Zacarías González Velázquez o Vicente López, ambos deudores todavía del pasado dieciochesco, pero adaptados a la nueva estética imperante. No podemos olvidar en este periodo la figura de José de Madrazo, artista muy influido por el estilo francés de Jacques-Louis David, que inauguró una larga dinastía de pintores que dominaría el resto del siglo XIX, o Valentín Carderera, artista que en su última etapa terminó imbuido de la sensibilidad del Romanticismo.

La irrupción del Romanticismo en el segundo tercio del siglo XIX

El Neoclasicismo dio paso, en torno a 1830, al espíritu romántico, coincidiendo con el desarrollo por parte de los viajeros extranjeros de una visión exótica e idealizada de España, a la que veían todavía anclada a la estética y los usos y costumbres del pasado.  Tradicionalmente se ha venido considerando que el inicio del Romanticismo pictórico en España se da a través de la actividad de dos pintores gaditanos, Juan Rodríguez “el Panadero” y Joaquín Manuel Fernández Cruzado, que desarrollaron especialmente escenas populares y costumbristas.

El costumbrismo tendrá un fuerte desarrollo en la época, siendo sus principales focos Madrid -donde encontramos artistas de la talla de Leonardo Alenza o Eugenio Lucas Velázquez, pudiendo destacar sagas familiares como los Cabral Bejarano o los Domínguez Bécquer. Mientras tanto en Cataluña pintores como Pau Milà i Fontanals o Pelegrí Clavé i Roqué se vincularon con el movimiento Nazareno, tendencia de inspiración religiosa cuyo fundador había sido el pintor alemán Johann Friedrich Overbeck.

Otros géneros en la pintura de la época

Otros géneros que experimentaron en esta época un importante desarrollo fueron el retrato -que, alejado de las normas académicas, tiende a resaltar la psicología del retratado, sus pasiones y preferencias-, con pintores como Antonio María Esquivel o Federico de Madrazo; el paisaje -por primera vez como género artístico independiente, alejada de tópicos bucólicos y convertida en el reflejo de los estados anímicos del artista y los personajes-, pudiendo destacar a Genaro Pérez Villaamil o Antonio Brugada; y el orientalismo -a consecuencia del contacto con Oriente, que en España surgió en base a la herencia cultural e histórica andalusí y africana-, desarrollado por pintores como Francisco Lameyer.

En los años centrales del siglo se desarrolla un fenómeno -con gran auge por entonces en todo el mundo- que supondrá un antes y un después en el devenir de la pintura decimonónica: las Exposiciones Nacionales. Basadas en el modelo propuesto por el Salón de París, este nuevo sistema de protección va a suponer para los artistas su transformación en auténticos profesionales libres y, para el arte, el poder evolucionar acorde a las circunstancias sociales del momento. Desde 1856 y con carácter bianual, los artistas del momento concurrían a estas muestras exponiendo sus obras y optando a premios -que, en la mayoría de las ocasiones, lograban las pinturas de tema histórico-, así como a adquisiciones oficiales, facilitando de este modo la intervención del público y la aparición de la crítica especializada.

El Historicismo y el Realismo durante el tercer tercio del siglo XIX

Durante las décadas postreras del siglo XIX se recibe en España un complejo panorama pictórico en el que convergieron artistas dedicados a múltiples y variadas vertientes. Sin duda, la pintura de historia adquirió especial relevancia a raíz de las mencionadas Exposiciones Nacionales. Pintores como Eduardo Cano, José Casado del Alisal, Vicente Palmaroli o Eduardo Rosales serán algunos de sus principales representantes. Al mismo tiempo, el paisaje continuará su desarrollo de la mano de Carlos de Haes y sus discípulos, a los que siguieron otros artistas repartidos por toda la geografía peninsular, entre ellos Martín Rico, Emilio Sánchez Perrier o Ramón Martí i Alsina. La pintura costumbrista, por su parte, volvió la vista a la recreación de escenas del siglo XVIII, resultando la denominada pintura de casacones, desarrollada por artistas de la talla de Mariano Fortuny o los hermanos Jiménez Aranda.

A la par que se comenzaba a percibir un agotamiento de la pintura de historia y la de casacones en las últimas décadas del siglo XIX, se impuso un concepto social de la pintura que encontró su inspiración en la realidad cotidiana. Pintores como Raimundo de Madrazo o José García Ramos formarían parte de esta vertiente. Finalmente, en lo que respecta al Impresionismo, cabe señalar que, aunque este llegó a nuestro país de forma tardía y que no caló del mismo modo que en otros países, encontramos algunos artistas influidos por esta estética como Aureliano de Beruete o Darío de Regoyos.

Un caso aparte sería el de Joaquín Sorolla, cuyo estilo caracterizado por prestar especial atención a los efectos de la luz, lo convierten en la gran figura con la que finaliza el siglo XIX y se da paso al nuevo siglo XX.

Daniel Alvarado Santiago

Paula Jurado Amador